Rogelio Guedea: "la poesía no se hace sino con palabras, y con la vida" - 3069475148 270a456781 300x259 - Rogelio Guedea: “la poesía no se hace sino con palabras, y con la vida”Rogelio Guedea. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Colima y doctor en Letras por la Universidad de Córdoba (España). Es premio Adonais de poesía por libro Kora en 2008, premio de poesía Amado Nervo 2004, Premio internacional de Poesía Rosalia de Castro 2001 por su libro mientras olvido. Su obra ha sido recientemente publicada en España en una antología personal llamada Exilio publicada por Ediciones Rilke. Nuestro redactor Alberto Gomez le realiza esta entrevista para la Revista Poesía eres tú.

P.-El título del libro es “Exilio”. ¿De qué se exilia y a dónde Rogelio Guedea? ¿Tiene que ver este título con su salida de México para dar clases en Nueva Zelanda? Así parece deducirse de un verso de “Ni siquiera el tiempo” que dice: “me exilié porque el amor de mi país estaba yéndose por las alcantarillas”. 

R.-La definición amplia del término exilio nos habla del exilio exterior, precisamente ese que nos obliga a irnos de nuestro lugar de origen, pero también del exilio interior, que es el que más me interesa en este libro y en lo que estoy haciendo como poeta, que es la separación del ruido de la calle para seguir el dictado de nuestra voz interior, eso que llamamos convicciones morales, estéticas, estilísticas, políticas, humanas. El exilio de mi libro “Ni siquiera el tiempo” iba más por el lado del exilio geográfico. El exilio de mi antología “Exilio” tiene más al segundo, que creo que es el que nos da una mejor dimensión humana y nos hace, finalmente, conocer y conocernos mejor. Eso ando yo ahora explorando en poesía.

 P.- En “Ni siquiera el tiempo”, precisamente, los poemas se vuelven más narrativos y también más cotidianos, hablando de lecturas como El Quijote, de sus negocios, etc. ¿A qué se debió es cambio hacia la prosa poética? ¿ganas de una nueva estructura, de nuevos lenguajes, influencia de algún autor,…?

R.-Yo tengo una inclinación natural hacia la confesión y la confidencia. En los libros previos a “Ni siquiera el tiempo” observo este matiz narrativo en mi poesía, aunque no dando el salto hacia el poema en prosa, por ejemplo. Esta vuelta de tuerca se da en “Ni siquiera el tiempo”, libro que escribí precisamente en España, lugar que me dio la perspectiva y la libertad que en mi país no encontraba debido, quizá, a mi falta todavía de madurez expresiva y a la influencia, que en este sentido, pueden tener las voces (poéticas, como decía) de la calle. En España me liberé y desde entonces el elemento narrativo, confesional, diegético, está en mis poemas. Quizá por eso empecé a escribir libros que muchos críticos concideran “microrrelatos” pero que yo sigo escribiendo como poemas en prosa, que es la forma poética en la que me siento más libre y se ajusta más a mi dicción y prosodia lírica.

 P.- En esos poemas de “Ni siquiera el tiempo” y también en los anteriores, las referencias a cantantes (josé Alfredo, Chabela Vargas,…) a libros, etc. y también a un amor nada platónico y sí muy carnal, dan lugar a una poesía que parece muy pensada para el pueblo (en el sentido de gente de a pie, humilde) y no tanto para la clase culta o más ilustrada. En España estamos muy poco acostumbrados a ese tipo de poesía. Díganos. ¿Era esa su intención al escribir esos poemas? ¿Es algo común en México o fue algo excepcional suyo?

R.-En México la cultura popular es mal vista por muchos, sobre todo por los poetas llamados del lenguaje. Esto refleja, obviamente, una cultura de élita. Los poetas tienen que ser como Baudelaire, Eliot, etcétera, pero no como Netzahualcóyotl, nuestro máximo poeta indígena y realmente grande, si uno lo lee sin prejuicios. En mi caso, la cultura popular lo es todo. Una letra de José Alfredo Jiménez, por ejemplo, me cala más hondo que muchos poemas, digamos, de Octavio Paz, que encuentro fríos, alejados de nuestro folclor. Yo siempre he persistido en esta idea y me alegro de haberla defendido aun cuando muchos poetas de mi generación se burlaban de mis poemas precisamente por esto. Las alusiones a la cultura popular son deliberadas. Yo mismo soy un adicto al refranero popular español, y muchos de mis ritmos, tonos, imágenes, metáforas, las construyo a partir de compases de canciones populares, no por otra razón tengo un libro titulado “Senos sones y otros huapanguitos”, en referencia a la música popular. Yo sé que en España están muy poco acostumbrados a este tipo de poesía, lo que es lamentable, porque no se dan cuenta que si Alberti y Lorca (entre otros más) fueron grandes poetas fue precisamente porque abrevaron en las musicalidades populares.

 P.- En “Fragmento” su poesía se vuelve más íntima, hay, además, más reflexión sobre el acto de escribir. Un verso, de hecho, dice lo siguiente: “escribir de lo finito en lo infinito”. ¿Es para usted esta una buena definición de la poesía? ¿Es así como ve usted el oficio poético: escribir sobre lo que nos ocurre, lo finito, en el álbum infinito de la poesía?

R.-Para mí la poesía tiene que aspirar a la inmortalidad, como lo querían los griegos. Pero la poesía no se hace sino con palabras, y con la vida, que nace y muere todos los días. Parece una contradicción, pero no lo es, como no lo es cuando hablamos de cuerpo y alma, lo perecedero y lo imperecedero, si volvemos a los clásicos. Yo aspiro a una poesía cotidiana, cercana, inteligible, que desde ahí pueda llevarme (y llevar al lector) a conocer lo intangible, lo abstracto, lo initeligible. Una especia de metafísica de lo cotidiano que no obvie un elemento que para mí es fundamental: la comunicación, aspecto que es la razón de ser de todo lenguaje.

 P.- Otro verso, en el siguiente libro (Kora) dice: “Pero sobre todo palabras/ para detener los pensamientos de la muerte ¿El poeta se olvida momentáneamente de su destino mortal mientras escribe o estas palabras aluden, más bien, al intento de alcanzar cierta inmortalidad a través de la poesía?  

R.-Yo creo que en todo poeta el asunto de la muerte es tema central. Para mí lo es, y en cierto modo, mientras escribo, alcanzo a pergeñar ese vaho de lo infinito, que también alcanzo, por ejemplo, en el acto de amor, tal vez por esos amar y escribir sean dos experiencias en donde lo sublime es coyuntural. Yo tengo, debo decirlo, una obsesión con el tema de la muerte. Una obsesión enorme a tal punto de que todos los días pienso en ella y en nuestra propia fragilidad. Y entonces escribir, digamos, me salva. Esas palabras, en ese instante mismo de la escritura, me rescatan de la pesadilla de la muerte, que todos los humanos –unos más y otros menos- llevamos sobre la espalda.

P.- En algunos de los últimos poemas del libro, como “Campo minado”, su poesía se vuelve más social: ¿Debe quedarse la poesía al margen de los problemas sociales o aún hay espacio para una poesía combativa, aun a riesgo de perder cierto lirismo? 

R.-En el siglo XX Latinoamericano tuvimos una tendencia fuerte hacia el poema social y político, como en la España de Franco. La realidad en Latinoamérica estaba convulsionada a causa de las dictaduras y los poemas de vocación realista, como Gelman, Benedetti, Dalton, Cardenal, no tuvieron más remedio que ser alcanzados por ella en su poesía. Hoy me he dado cuenta de que Latinoamérica, pero sobre todo México, vive una realidad violenta a causa de la guerra contra el narcotráfico, la corrupción, la despareja relación con los vecinos del norte, etcétera, y la pasividad que noto por parte de muchos de los poetas e intelectuales me dice que la realidad real y la realidad de la poesía están cada cual bailando por su lado. En “Campo minado”, que escribo, he querido volver al poema social y político pero de dimensión global, no sólo mexicana, y esto es una especie de llamado para que el poeta no se olvide del compromiso con su realidad, porque antes que ser poetas somos hombres y antes que la poesía está la vida. Yo espero que este libro despierte, por lo menos, la curiosidad y reabra una nueva vertiente estética en México y en Latinoamérica. Por ahora estoy cantando solo, creo yo, con esta propuesta. Pero, como lo he dicho, ahora oigo nada más lo que se me dicta desde adentro, y nada más puedo hacer. Lo único que me preocuparía, eso sí, es que los poemas de “Campo minado” se quedaran en el mero panfleto. Esperemos que no.

 P.- Sabemos que en México hay una fuerte disputa entre poetas de la experiencia y poetas más centrados en la poesía pura: ¿Cómo vive usted desde su exilio esta disputa? ¿Cree que estas peleas ayudan a la poesía o sólo la dañan más?

R.-Estoy ya totalmente alejado de esto. Me parece estéril esta disputa. Me lo pareció siempre. Y lo comprobé apenas fui a vivir a España, y lo reconfirmé apenas vine a vivir a Nueva Zelanda. El poeta debe estar más allá de esta “temporalidad”. Pero pasará. Yo creo que ya está pasando. Advierto en la poesía mexicana elementos nuevos (ironía, narratividad, etcétera) que antes aparecían de forma esporádica y ahora ya están conformándose en poéticas. Y eso me gusta. Ayuada a la evolución del propio lenguaje todo aquello que lo combustione y oxigene.
P.- Sabemos que usted está trabajando en una Historia de la poesía mexicana. ¿Qué grandes autores mexicanos, poco conocidos para el público español, recomendaría usted a nuestros lectores?

R.-Hay para mí algunos autores que fueron eclipsados por el fenómeno Octavio Paz que, como sabemos, tendía más a una poesía pura o del lenguaje, aunque hay un Paz, como el de “Pasado en claro”, en el que encuentro grandemente la dimensión humana. Bueno, estos poetas poco conocidos y leídos en España son el primer Renato Leduc, Jaime Sabines, Efraín Huerta, Rubén Bonifaz Nuño, Luis Miguel Aguilar, Héctor Carreto, Gloria Gervitz, o Ricardo Castillo, que deberían ser más conocidos en España.  

P.- Finalmente, solemos preguntar a nuestros entrevistados que nos den una breve lista de sus principales influencias poéticas. ¿Cuáles son los poetas que más han influido a Rogelio Guedea?

R.-Las mías deben ser obvias: toda la poesía y música popular mexicana, León Felipe, César Vallejo, Pablo Neruda, Roberto Juarroz, Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, Roberto Fernández Retamar, Juan Gelman, Efraín Huerta, Alberti, Lorca, y más recientemente un poeta argentino exiliado en París desde hace cincuenta años: Arnaldo Calveyra, que me parece fundamental.


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